Skip to content Skip to footer

El rosado que no iba a existir

Fue un sábado temprano, con la luz aún suave y el aire limpio de primeros de septiembre

Este año, la viña nos ha hablado más fuerte que nunca.


Y no siempre con buenas noticias.

A mitad de verano, una granizada nos dejó parte de la Maturana Tinta tocada. Justo cuando empezaba a entrar en su punto óptimo.
Un golpe de esos que duelen, porque llevas meses trabajando con mimo… y en diez minutos, todo se puede torcer.
Pero en la viña, como en la vida, lo importante no es lo que pasa.
Es cómo decides responder.

Escuchar a la viña, incluso cuando duele

En situaciones como esta, lo habitual es hacer lo que se llama una prevendimia sanitaria.
Se cortan los racimos dañados para que los que están sanos puedan seguir madurando sin comprometer la calidad. Es una medida necesaria, práctica. A veces dolorosa, pero eficaz.

Yo misma lo he hecho otras veces.
Pero esta vez… no me salió dejarlo caer al suelo.
Vi las uvas, las toqué, las olí.
No estaban perfectas, pero tampoco estaban perdidas.
Tenían algo que decir. Y yo quise escucharlo.

Tuve ganas de probar, de experimentar, de dejarme llevar por el momento.
De hacer vino desde la intuición, desde la verdad de lo imperfecto.

Así que sí, hice una prevendimia.
Pero esta vez no fue para abonar la tierra. Fue para crear.

Un sábado cualquiera, entre manos conocidas

Fue un sábado temprano, con la luz aún suave y el aire limpio de primeros de septiembre.
Fui a la viña con mi hermano y un par de amigos, que se sumaron con la misma mirada: cuidar lo que quedaba, sin forzar nada.

Con ganas de recoger estas uvas llenas de frescura y fuerza.
Y transformarlas.

Lo vinificamos en rosado.
Un vino que no estaba en los planes, pero que surgió con sentido.
Un rosado de Maturana Tinta, con acidez natural, color vivo y alma salvaje.
Con un punto ácido, sí, pero honesto.
Muy honesto.

¿Qué hace especial a este rosado?

Primero, el contexto.
Este rosado nace de una reacción a un momento difícil, pero también de una apuesta por no rendirse ante lo que parece una pérdida.
Es un vino que no se pensó como producto, sino como gesto.

Segundo, la variedad.
La Maturana Tinta no es una uva habitual para rosados.
Pero su acidez firme y su personalidad vibrante permiten jugar con ella en elaboraciones más frescas.
Aunque suele emplearse para tintos con estructura, en este caso nos dio un vino delicado, sabroso, y con una frescura muy marcada.

Pocas uvas habrían reaccionado igual.
Y pocas te enseñan tanto cuando decides salirse del guión.

Si quieres saber más sobre esta variedad minoritaria, te recomiendo leer este artículo de Everyday Drinking: «Why Maturana Matters» que explica muy bien por qué muchas pequeñas bodegas de Rioja estamos apostando por ella.

Hacer vino también es esto

A veces acertamos. A veces nos equivocamos. vPero lo que nunca falta es escucha.

Hacer vino artesanal, a pequeña escala, en una bodega como la mía, significa estar presente en cada decisión. No hay margen para el piloto automático.

Cuando trabajas así, el vino no se controla. Se acompaña.
Se vive día a día. Y en años como este, se improvisa con conciencia.

Este rosado no iba a existir.
No estaba presupuestado, ni etiquetado, ni planeado.
Y sin embargo, me conecta profundamente con lo que más me gusta del vino:
que es algo vivo, cambiante, que no se controla del todo.

El valor de lo inesperado

Una de las cosas que más me gusta de ser viticultora es que cada añada tiene sus retos.
Y que no todas las decisiones se toman desde el despacho.
Algunas se toman desde la tripa. Desde el barro en las botas. Desde la conversación con las cepas.

Este vino es un recordatorio de que, incluso cuando parece que no hay salida, si miras bien, puede haber una posibilidad escondida.

Y que no todo lo dañado hay que desecharlo.
A veces, lo dañado también tiene belleza.
También tiene algo que ofrecer.

¿Un vino sin nombre?

En un contexto donde la industria del vino parece avanzar hacia modelos cada vez más estandarizados y centrados en la cantidad, este tipo de decisiones —una prevendimia que acaba en un rosado experimental— no solo son posibles:
son necesarias.

La fuerza del vino artesanal, como el que elaboro en mi bodega en Navarrete, está en la libertad de crear.
De adaptarse al año.
De decidir con las manos.
De no tener que justificar cada movimiento con números.

Y esa libertad, aunque más frágil, es lo que permite que existan vinos como este.
Vinos que no estaban previstos, pero que tenían que nacer.

Si te interesa cómo está cambiando la viticultura en Rioja frente a estos modelos,te aconsejo este artículo de «The Microproducers Among The Giants In Rioja»

¿Quieres conocer más de cerca cómo nacen mis vinos?

Si has llegado hasta aquí, ya sabes que mis vinos no se hacen con prisa ni con fórmulas.
Se hacen con intuición, con cuidado, y con una relación muy personal con cada parcela.

Si te apetece venir a caminar entre las cepas, a catar conmigo, a entender lo que hay detrás de cada decisión…

Reserva tu visita aquí
O, si prefieres empezar desde casa, puedes hacerlo aquí: Ver tienda online

Dejar un comentario

0.0/5

es_ESEspañol
Verificación de edad

¿Eres mayor de edad?

Para acceder, debes confirmar que tienes la edad legal para consumir alcohol en tu país de residencia.
En España, la edad mínima legal para comprar alcohol es de 18 años.