Durante años, mi trabajo ha sido contar el vino.
En catas, en viajes, en restaurantes. Con copa en mano, con palabras, con silencios también.
He trabajado como sumiller, he vendido vino en ferias internacionales, he representado bodegas que no eran la mía.
Y en cada uno de esos momentos, aprendí algo esencial: esto me gustaba.
Me gustaba ver cómo cambiaba la expresión de alguien al oler una copa.
Cómo una anécdota podía transformar una cata en un recuerdo inolvidable.
Cómo el vino no entraba por la cabeza, sino por el cuerpo, por la emoción, por lo compartido.
Me gustaba contar sin vender. Hablar sin impresionar. Hacer sentir sin explicar demasiado.
Con el tiempo entendí que esa forma de comunicar, de acercar el vino desde lo vivido y no desde el tecnicismo, también era una forma de crear cultura.
Y hoy, que elaboro mis propios vinos, sigo haciéndolo así.
El vino como experiencia, no como discurso
Muchas personas llegan a una cata pensando que tienen que demostrar algo. Que tienen que “saber de vino”. Que deben reconocer madera, taninos, puntuaciones, porcentajes, vocabulario técnico.
Pero no. Aquí no hace falta memorizar un libro.
Lo que hace falta es estar presente.
Querer escuchar lo que ese vino tiene que decir.
Dejar que cada aroma, cada sorbo, te hable.
Y que tú respondas con tus sentidos.
Y yo te lo cuento como lo siento:
con historias reales, con decisiones tomadas en el campo, con anécdotas de la viña.
Del día que llovió cuando no debía.
De aquella parcela que fermentó por sí sola y se convirtió en la sorpresa de la añada.
No te explico el vino. Te lo hago sentir.
Comunicar a mi manera
Hay muchas formas de hablar del vino. A mí me gusta hacerlo en mi idioma: claro, humano, sin adornos vacíos. Sin tecnicismos que desconectan. Sin postureo que aleja.
Desde la tierra. Desde la copa. Desde lo vivido.
Porque el vino también es eso: una forma de estar en el mundo.
Una manera de conectar con otras personas sin tener que explicarlo todo. Solo vivirlo juntas.
Si vienes, lo vas a notar
Aquí, en la bodega, no doy una clase.
Invito a una experiencia.
Y quienes vienen lo dicen:
“Me sentí parte de algo de verdad.”
“No esperaba que un vino me contara tanto.”
“Salí diferente.”
Me gusta reconocer otras voces que comunican con alma
No estoy sola en esta forma de entender el vino.
Muchas mujeres en el mundo están redefiniendo la comunicación del vino desde la emoción, no solo desde lo técnico.
Por ejemplo, Mary Ewing‑Mulligan, autora y educadora del vino estadounidense, ha dedicado su carrera a hacer accesible el mundo del vino sin que parezca inaccesible.
O Debra Meiburg, periodista vinícola y Master of Wine que combina rigor con cercanía en sus escritos y videos.
Ellas me inspiran: mujeres que hablan de vino con verdad, que comunican sin aparentar ni imponer.
¿Qué cambia si el vino se cuenta así?
Cuando el vino se cuenta desde la vida, desde la parcela, desde la emoción, algo sucede: No sientes que estás fuera del lenguaje del vino.
Te permites emocionarte sin que te pidan que actúes como experto. El vino se vuelve conversación, no lección.
Lo que importa es tu experiencia, tu memoria, tu vínculo. Para mí, eso es comunicar. Eso es servir. Eso es lo que quiero ofrecer con cada copa.
Invitación
¿Quieres entender de verdad qué es un vino de autora?
Ven a catarlo. A sentirlo. A vivirlo.
No hace falta que sepas de vino. Solo que tengas ganas de escuchar con los sentidos.
