Estos días he leído con atención la entrevista de El Día de La Rioja a Tim Atkin, donde afirma con claridad algo que muchos llevamos tiempo sintiendo: «Rioja produce demasiado vino barato». Lo dice uno de los críticos más respetados del mundo, pero lo vivimos cada día quienes cuidamos las viñas y embotellamos nuestro trabajo con el corazón en la mano.
Su diagnóstico no sorprende a nadie que esté cerca del campo. Los viticultores y pequeños elaboradores sabemos lo que significa ver cómo la uva se paga por debajo de su valor, cómo se abarata el vino hasta el límite de lo absurdo, y cómo eso termina erosionando lo más importante que tenemos: el respeto por la tierra y por quienes la trabajan.
En Rioja, durante años, se ha medido el éxito por volumen, no por identidad. Y eso tiene un coste. El vino barato no es solo una cuestión económica, es una cuestión cultural: cuando lo que se vende es cantidad, se pierde el alma del vino.
Menudas Bodegas: una forma distinta de contar Rioja
Por eso me alegra que Atkin haya mencionado el trabajo de Menudas Bodegas, un grupo de pequeños proyectos del que formo parte y que busca precisamente lo contrario: recuperar la mirada hacia el origen, hacia las parcelas concretas, hacia las manos que podan, vendimian y elaboran.
No somos bodegas “grandes”, somos bodegas que creemos en algo grande: que el futuro de Rioja pasa por hacer menos vino, pero mejor. Por defender la diversidad de sus pueblos, sus suelos, sus microclimas. Por apostar por variedades como Maturana Blanca o Graciano, que expresan la singularidad de esta tierra más allá del uniforme “tempranillo para todo”.
En mi caso, elaboro vinos en la antigua casa de mis abuelos en Navarrete, donde nací y crecí entre viñas. Hago una viticultura ecológica, mínima intervención y un compromiso radical con el respeto al entorno. Cada botella que sale de mi bodega es una historia pequeña, pero honesta. Y sí, cuesta más producir así. Pero también vale más lo que representa: autenticidad, territorio y memoria.
No se puede hacer vino digno con uvas mal pagadas
Atkin tiene razón al decir que sin viticultores no hay futuro. Y yo añadiría: sin dignidad, tampoco. Cuando la uva se paga mal, cuando se pide producir más por menos, cuando se valora el precio antes que la identidad, se rompe el equilibrio del vino.
Un vino no empieza en la bodega, empieza en la viña. En cómo se poda, cómo se escucha el ciclo, cómo se decide no rendirse ante la sequía ni ante las enfermedades del año. Y eso requiere tiempo, mimo y un compromiso que no se mide en euros por kilo.
No podemos seguir hablando de “crianzas a 1,50€” y esperar que el consumidor valore la calidad de Rioja. Lo que se abarata en el lineal se traduce en precariedad en el campo. Y si los jóvenes viticultores no ven futuro, si el relevo generacional se detiene, el paisaje y la cultura del vino se extinguirán poco a poco.
Volver al origen para avanzar
En Rioja necesitamos volver al origen. Recuperar el valor de los pueblos, de los viñedos viejos, de las pequeñas historias que dan sentido al vino. No se trata de nostalgia, sino de coherencia.
El consumidor está más preparado que nunca. Quiere saber quién hay detrás, de dónde viene el vino, cómo se trabaja la tierra. Quiere beber con conciencia. Y en esa nueva conversación, las pequeñas bodegas tenemos mucho que decir.
Por eso, movimientos como Menudas Bodegas son una semilla de esperanza. Demuestran que otra Rioja es posible: una Rioja que no compita en precio, sino en autenticidad; que no mida el éxito en litros, sino en vínculos; que se atreva a mirar más a su gente que a sus cifras.
El vino como resistencia
El vino, cuando se hace con respeto, es un acto de resistencia. Es cuidar lo que otros darían por perdido, es creer que la identidad no se fabrica en masa.
Por eso, aunque las estadísticas digan que “Rioja produce demasiado vino barato”, hay un movimiento silencioso, creciente, que apuesta por vinos con alma. Por proyectos donde cada botella cuenta una historia. Por mujeres y hombres que, como yo, creen que el vino es una forma de hablar de quiénes somos y de dónde venimos.
Y ese camino, aunque más lento y más exigente, es el único que puede garantizar futuro.
